Las capitales de los estados no tienen menester de elaborar discursos de ciudad. Normalmente, el poder político atrae al financiero y a las grandes empresas, que a su vez generan a su en torno a flujos de captación de talento y de inversiones. Todo el mundo conoce las capitales, no hace errata promocionarlas. En ellas se celebran la mayoría de las cumbres políticas, se encuentran los mejores museos y se concentran los medios de comunicación públicos más potentes.
Unas se proyectan mejor que otras, por supuesto, pero, en términos generales, todas llevan incorporado el maniquí de ciudad en su propia condición de epicentro del poder político. Esto es así en España, en Francia y en Guinea Conakry. Lo que no es tan habitual es que haya países donde una segunda ciudad se atreva a competir con la renta. Los casos de EE.UU., Italia y, por supuesto, España son relativamente escasos.
La extra Barcelona siempre ha tenido que expresarse para evitar que Madrid lo acaparara todo. En ocasiones lo ha hecho incluso con éxito de divulgado (los foráneos que la visitan y la autoestima de los residentes) y crítica (el relato que sobre ella se ha escrito).
Puede acontecer un relato basado en la civilización, la ciencia, la tecnología y la tecnoética
Lo de expresarse no es textual ni tiene pertenencias inmediatos. No se escribe el relato de una ciudad mientras se están desarrollando los hechos o situaciones que van a conformar ese discurso. Hay que rememorar que, inmediatamente luego de los Juegos de 1992, Barcelona, como el resto de España, se sumió en una crisis económica. Los despidos masivos del personal empleado en la Olimpíada tuvieron un finalidad psicológico que contribuyó a la sensación de final de etapa.
Se llegó a charlar, ya entonces, de decadencia. Ese era el relato. Solo con el paso de los primaveras pudo percibirse el finalidad dinamizador del 92, la permiso de energía y talento sobre los que se iban a construir algunas de las fortalezas que han sustentado el prestigio de la ciudad hasta hoy.
Ni los urbanistas más avezados ni los expertos en branding pueden etiquetar aún la Barcelona del 2023, que está, como tantas ciudades, en proceso de redefinición. Pero no es difícil adivinar que la proyección de la ciudad debe guiarse en el futuro inmediato por una serie de vectores estratégicos: la civilización, la ciencia, la tecnología, el nuevo urbanística adaptado a la crisis climática y la consejo crítica en torno a los cambios revolucionarios que van a producirse muy pronto de la mano de la inteligencia industrial.
En definitiva, todo apunta a la configuración de un polo Barcelona-Catalunya que se definirá a partir de una gusto innovadora que estará por encima de la media, trabajando en red con otras ciudades de España, de Europa y de donde convenga.
Junto a esperar que a partir de aquí se intensifiquen la captación de talento, de inversiones y de un turismo con más inclinación por la civilización que por el ocio sin valencia añadido.
Ayudaría que la propia sociedad civil fuera propagandista de las nuevas fortalezas de la ciudad
En este contexto, sería de gran ayuda que la propia ciudad –más allá de los representantes políticos– fuera propagandista de estas fortalezas incipientes. En el caso concreto de la civilización, el ejemplo sería la promoción de una panorama muy prometedora de arte tecnológico o investigador.
Muchos de los logros recientes de Barcelona se han poliedro de la mano de la colaboración entre la sociedad civil y los grupos políticos. La mayoría de los partidos han colaborado de alguna u otra modo en avances (captación de eventos, puesta en marcha de proyectos de ciudad) que sientan las bases de la ciudad de mañana. Cierta crítica maximalista de Barcelona hecha con intención de desgastar al rival político suele servir, a lo sumo, para dar argumentos a las ciudades competidoras. Es preferible contar tu propio relato que dejar que lo escriba otro.
CULTURA|S PENSAR BARCELONA
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