Empujados por los estrictos plazos temporales de reducción de emisiones contaminantes impuestos por la establecimiento europea, los fabricantes de automóviles están protagonizando un tremendo esfuerzo crematístico para cambiar por completo la naturaleza energética de sus gamas comerciales.
Para cumplir los ambiciosos objetivos de descarbonización obligatorios por legislatura, queda claro que, desde un punto de pinta estrictamente industrial, la única opción viable a corto plazo es emplazar por el coche eléctrico alimentado mediante baterías.
La única opción viable a corto plazo es emplazar por el coche eléctrico alimentado mediante baterías
Otra alternativa interesante es el hidrógeno, pero los prolongados plazos de explicación tecnológico de esta fuente energética, combinados con la descuido de infraestructura de recarga, la condenan a discurrir por una vía secundaria, destinada a acelerar, si llega el caso, en un futuro proporcionado alejado.
Sus defensores esgrimen argumentos cargados de razón cuando defienden que se manejo de una decisión ideal para los vehículos destinados al transporte de mercancías por carretera, puesto que permite repostar en el mismo tiempo que el gasóleo, y evita los costes y el peso de gigantescos conjuntos de baterías.
Pero la ecuación energética del panorama contemporáneo puede cambiar muy pronto. Si se confirman los optimistas pronósticos anunciados por los ingenieros que trabajan en el explicación de las baterías de estado sólido, deberían imponer sus ventajas con prontitud. Por lo gastado, dicha transformación técnica permitirá descontar los costes de producción a la fracción, encima de doblar la capacidad de almacenamiento de energía y triplicar la prontitud de carga.
De momento, Nissan ya ha anunciado que en el 2028 lanzará dos coches equipados con esta esperanzadora tecnología.
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