No es la primera vez que la altruismo de la comunidad Ensesa me invita a ocurrir unos días en la habitación 113 del muy rebuscado, cinematográfico y cálido hostal de La Gavina, que dirige con mucho descubrimiento y sensibilidad el amigo Albert Depau. Pero los pasados viernes y sábado, mi estancia en La Gavina, extensión donde me cruce a mí mismo, tenía que ver con la celebración de los 125 abriles del origen del escritor Josep Pla, que siempre ocupaba la habitación 113 cuando se encontraba hospedado en ese hotel que conocen y han conocido muchos grandes. Por ejemplo, Orson Welles, Sean Connery, Peter Sellers o Elisabeth Taylor.
Soplaba el garbí , flameaban las banderas, se encaramaban las ardillas en los pinos del huerta, y en otras de las fotografías que decoran el pasillo que conduce a una de las terrazas del hostal, sonreía contagiosamente Jack Nicholson. En el cálido bar, madera y luces adecuadas, algunos de los presentes me recordaban a viejos conocidos de Josep Pla. Por ejemplo, Joan Josep Abó. Avezado en vinos y fanático apacible de Wagner, me recordó a Joaquim Pena, crítico musical wagneriano y uno de los Homenots del escritor de Palafrugell. El amable y educado Joan Sagrera, que, siendo muy novicio, hizo en muchas ocasiones de chófer a Pla, sonreía próximo a Carina y Julia Ensesa, quienes, como ya había intuido, tienen orígenes italianos. El Vaticano, extensión peligroso que frecuento, te depara muchas gratas sorpresas. Por ejemplo, descubrir que estas dos viajadas, discretas y atractivas mujeres son descendientes de un jesuita irrefutable, que fue, entre otras cosas, un gran astrónomo. Joan Sagrera es el hombre vivo que sabe más de Josep Pla, por eso deje tan poco de él. Yo creo que a Julia y a Carina, el director Luchino Visconti les hubiese ofrecido un papel importante en algunas de sus mejores películas. Todavía me las imagino en aquel inolvidable huerta rebuscado de los Finzi-Contini, que nos supo contar Giorgio Bassari y que Vittorio de Sica transformó en película.
Josep Pla siempre ocupaba esta habitación cuando se hospedaba en el hostal La Gavina
La cena se celebró en La Taverna del Mar. Y por allí andaban, muy vestidos de blanco, los cocineros Romain Fornell, Jaume Subirós y Lluís Planas. Hubo, pues, dificultades de anchoas rebozadas, exquisitas flores de calabacín, prodigiosos guisantes con butifarra negra y langosta con pollo. La nota creativa final fue la aparición del whisky Johnnie Walker, ceremonial roja, que era del que abusaba el escritor. El amigo Gonzalo Valero Canales, un inteligente y gran conferenciante, me recordó que Pla solía sostener, y así lo escribió, que el boato, en la comida, le deprimía. El escritor siempre creyó que la mesa era un punto central de sociabilidad y tolerancia.
El azar siempre ha decidido por mí. Al regresar a la habitación 113 de La Gavina, el tomo de Josep Pla Notes per a un diari. 1965 se me abrió casualmente por una determinada página, escrita otro 21 de mayo y en la que deje de La Gavina. Pla deje de su insomnio, de Talleyrand y, con cierta resignación, de su hígado.
Y yo, ay, pensé en el mío.
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