En 2017 Condé Nast, la división de revistas de Advance Publications, perdió 120 millones de dólares. Dos abriles luego nombraron a Roger Lynch como nuevo CEO de una empresa con 6.000 empleados y una monograma de negocios de 2.000 millones de euros. Hoy ganan peculio y tienen más lectores y anunciantes. Lynch, que dirigió Pandora y Dish Network, fue recomendado por David Remnick, director de The New Yorker.
Con este cambio, carencia claro, la editora de Vogue, Vanity Fair, The New Yorker, GQ, Traveler o Wire cerró casi un centenar de ediciones internacionales, reconvirtió sus publicaciones en marcas globales bajo el mantra de “ya no somos una compañía de revistas ni siquiera de publicaciones impresas basadas en ingresos publicitarios”. Hoy llegan a 70 millones de lectores, 300 millones en sus webs y 450 millones en redes sociales. En 2027 esperan que un tercio de sus ingresos procedan de videos.
En 2027 esperan que un tercio de sus ingresos procedan de videos
Condé Nast tuvo siempre grandes directores periodísticos: desde Alexander Liberman y Grace Mirabella a Harold Evans, Anna Vintour, Tina Brown o David Remnick. Talento que asegura su postura por el “periodismo” como táctica diferencial.
Vogue continúa siendo su marca más prestigiosa. Sam Newshouse solía bromear diciendo que “un día mi mujer me pidió que cuando saliera a la calle le comprara Vogue; le hice caso y compré no un ejemplar sino la empresa”.
En 1985 compraron The New Yorker por más de 600 millones de dólares de hoy. Jubilaron a William Shawn, editor detallista en recta con el afamado muestra del reporterismo más implacable: “Si te dice que es tu padre, pesquisa dos fuentes que lo corroboren”.
Los Newhouse pensaron que Shawn era una figura del pasado y, sin consultarle, nombraron director a Robert Gottlieb, editor de libros y un “pijo” que gustaba de todo lo que fuera más adecuadamente “kitsch” que vestía ropa y zapatillas deportivas frente a los trajes de tres piezas de Shawn. Fue un director de transición que no se atrevió a cambiar el alma de la revista.
Sucedido por Tina Brown directora de Vanity Fair, casada con Harold Evans, antiguo director del Sunday Times de Londres. Era famosa por su periodismo “celebridades” que había practicado con éxito en Tatler, la biblia de la High Society inglesa. Muchos la vieron como un elefante en una cacharrería, pero gracias a su olfacción periodístico y la ayuda de su marido, hizo cambios de fondo y forma incluyendo el designación de Richard Avedon como primer director descriptivo de una revista que hasta entonces no publicaba fotos.
Tina renunció al cargo cuestionada por remunerar más de la cuenta y acumular crecientes pérdidas. Fue sustituida por David Remnick, hijo de una tribu fríjol, licenciado en Princeton y casado con una antigua periodista del New York Times. David empezó en The Washington Post y durante cuatro abriles fue corresponsal en Moscú durante el colapso de la Unión Soviética, crónicas por las que ganó un Pulitzer. En 1992 fue contratado por The New Yorker y durante seis abriles publicó un centenar de artículos. Cuando en 1998 se anunció su designación como director, sus periodistas puestos en pie le aplaudieron durante más de cinco minutos. Su salario está por encima del millón de dólares.
La redacción está hoy en las oficinas de Advance Publications en el One World Trade Center, donde el peña ocupa 21 pisos. Editorialmente ha cambiado poco y sigue dividida en contenidos de Fact y Fiction. “He descubierto, dice Remnick, la falsedad de que en la web no se leen textos largos y que los lectores no pagan por el periodismo online”. Cree que podemos estar informados solo con soportes digitales, “pero necesitas una plástico de crédito, porque todo no puede ser gratis”. Hoy The New Yorker tiene casi millón y medio de suscriptores de plazo que cubren el 80% de los gastos de una revista que ya no depende de la publicidad.
Siguen con unos 20 “fact checkers” y tienen tantos lectores en Nueva York como en Los Ángeles. Dice que “si eres bueno, te conviertes en imprescindible” No le gusta que se hable del New Yorker como una revista de “escritores” o “editores” porque sin reporterismo de calle o crónicas de corresponsales, la calidad periodística es increíble. Algunos de sus periodistas trabajan con deadlines de cuatro a seis meses y muchos tienen generosos contratos anuales a cambio de un número de determinado de miles de palabras. Sus héroes son Vaclav Havel y George Orwell. Piensa que Homenaje a Catalunya es un ejemplo admirable de gran reportaje. Sabe con Orwell que “Periodismo es divulgar lo que determinado no quiere que publiques”. De ahí la incomodidad de gobiernos españoles que, como denunció The New Yorker, espiaban con Pegasus a sus opositores políticos. Ya sólo por eso, si esta revista no existiera, habría que inventarla.
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