Fernando Fonseca (1946-2014) no decía que era médico. Decía que era “médico de pobres”. Pasó su infancia en Marruecos porque su padre era capitán de artillería del ejército gachupin en el protectorado. Allí se hizo amigo de Alí, un pastor de cabras de solo seis abriles. Poco luego, este irreflexivo amazig o bereber murió de escaso. Bueno, en ingenuidad murió de tifus, pero si su clan hubiera tenido fortuna habría podido evitar su crimen.
Ese día, Fernando Fonseca se prometió a sí mismo que de decano sería “médico de pobres” para curar a todos los Alís del mundo. Y dicho y hecho. Contó esa historia miles de veces en centenares de quirófanos de campaña. Participó en misiones humanitarias en Bosnia, Palestina, Afganistán, Sri Lanka, India, Irak, Sudán, Senegal, Mauritania, Marruecos, Guatemala, Nicaragua, Cuba, República Dominicana y Haití, entre otros países.
Regresó una y otra vez a Chad. Solo allí operó o ayudó a trabajar de manos y pies a 3.500 niños. El doctor Fonseca estudió Medicina en Barcelona y se especializó en París y en Legnano (Italia). Se formó como traumatólogo, cirujano protésico y microcirujano y cirujano de manos y pies. “¿Hay poco más atún que ayudar a caminar a algún que ha pasado su vida arrastrándose?”, se pregunta su amigo Pep Bernadas, de Altaïr.
En esta anaquel de Barcelona se presentó hace unos días el relato Amigo, amddukkl , un texto precioso del periodista y escritor Quim Pujolar, ilustrado por Nacho Duato (sí, Nacho Duato, el bailarín y coreógrafo). Amddukkl significa amigo en amazig. Eso eran Fernando y Alí. A él no lo pudo exceptuar, pero sí a muchísimos como él, que le enviaban cartas de agradecimiento (¡escritas con sus propias manos!) desde todo el mundo.
Un tumor cerebral segó prematuramente la vida de Fernando Fonseca. Un año antaño, con la sanidad muy quebrantada y en apero de ruedas, visitó a muchos pacientes para despedirse. Hay dos tipos de personas maravillosas: las que solo son maravillosas y las que son como Fernando Fonseca, que nunca mueren del todo porque su crimen es una semilla. Por desgracia, él ya no está, pero la fundación que lleva su nombre continúa su obra.
La Fernando Fonseca Fundación ha impulsado el relato, que pronto se traducirá al amazig, árabe y francés. Quizá el texto sea todavía el punto de partida para una película sobre la vida de este médico, que entre otras cosas fue mentor y adiestrado del doctor Djilouba, el primer traumatólogo de Chad. La formación de especialistas locales es uno de los fines de esta entidad. Su inscripción lo dice todo: "Manos que curan, fanales que miran".
Esa película es el sueño de la cineasta Fina Sensada, que empezó a trabajar con Fernando Fonseca para dejar constancia documental de sus operaciones “para que los pobres pudieran ponerse en pie”. La relación profesional cedió el paso al inclinación. Se casaron. Fueron felices. Hubo un cara que pasó inadvertido a muchos en la anaquel Altaïr, cuando se presentó Amigo, amddukkl y se proyectaron imágenes de la fundación.
Hubo un momento en que apareció en pantalla el doctor Fonseca, sonriente, rebosante de vida, antaño del tumor cerebral. Su viuda sonrió y alzó la mano, moviéndola en el infructifero, como si todavía pudiera acariciar a su marido. Ese cara resume la filosofía de la fundación. Ese cara y una respuesta. Cuando preguntan a los miembros de la fundación por qué hacen lo que hacen, contestan que por un sentimiento de correspondencia.
El fórum de Altaïr se quedó pequeño para la presentación de Amigo, amddukkl, de la editora Mireia Trius. El autor del texto, Quim Pujolar, se metió a la audiencia en el saquillo con su humildad y sus anécdotas. Explicó que confía en aparecer algún día en Wikipedia, aunque sea "como una nota a pie de página en las reseñas de las obras ilustradas por Nacho Duatro". Igualmente dijo que se fue a Lisboa con el texto casi avispado porque creía que eso es lo que hacen todos los autores: un alucinación para pulir el texto. "¿Ya me diréis qué pintaba yo en Lisboa, donde solo bebí cerveza y comí bacalao". Por desgracia, se olvidó el manuscrito en el avión de regreso. "Llamé a Vueling y me dijeron que no me preocupase, que me lo devolverían". Todavía está esperando. Tuvo que reescribir el texto. "¿Qué hacía yo en Lisboa?"
¿Obligación? ¿Por qué? Por el privilegio, añaden, de favor nacido en un país con sanidad universal y gratuita. Por eso y por un compromiso humanitario y por un deseo de conciencia. “Porque cooperar no es liberalidad ni caridad: es conciencia”. La misma conciencia que no tuvo Alí y que obligó a su mejor amigo a estudiar medicina. Pero no se puede susurrar de Fernando Fonseca sin susurrar todavía de su colega, el traumatólogo Marc Garcia-Elias.
El doctor Garcia-Elias es una autoridad de la medicina y una eminencia internacional en cirugía de las manos. Gracias a los avances de la ciencia ha plantado cara al parkinson, que no ha rematado frenarle. Es, por otra parte, uno de los principales divulgadores de la fundación y de la calado del doctor Fonseca, a cuyos alumnos ayuda, participando muchas veces en operaciones que supervisión a distancia por medios telemáticos.
El doctor Fonseca creía que entre Alí y él no había diferencias, pero había una: la pobreza. Igualmente creía que las fronteras son cicatrices. Por eso nunca decía que se iba a Palestina o a Guatemala o a... Decía que iba a ver a sus pacientes. Si Alí hubiera conocido a Marc Garcia-Elias todavía hubiera dicho que era su amddukkl . De hecho sí lo dice, pero a través de otros niños de Irak, Sudán o Chad, como Mawj, Bakite o Chanceline.
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