El siempre interesante Fernando Vallespín subrayaba en El País una curiosa anomalía política: los grandes cambios que ha vivido el PP, paladín del unitarismo, son consecuencia directa de circunstancias territoriales. Díaz Ayuso, ganando en Madrid, provocó la caída del secretario común y la entronización de Núñez Feijóo. En forma de Blitzkrieg , la operación fue impulsada por la mayoría de los llamados barones territoriales, cansados del dogmatismo centralizante de Casado y García Egea. Al punto que aterrizado, Feijóo dio confianza al PP de Castilla y Arrojado para pactar con Vox. Una alianza que, en teoría, Feijóo no desea para un hipotético gobierno central presidido por él. Ahora Feijóo da cuerda a Dorado Bonilla, quien ha empequeñecido el logo del PP y abandera una visión andalucense (si no andalucista) cuya principal virtud ha consistido en absorber los vínculos sociales tejidos por una Asamblea que estuvo en manos de los socialistas durante 41 primaveras.
Feijóo era, de hecho, un presidente de la Xunta de Galicia poco cedido a seguir directrices centrales. Vicepresidente con Fraga Iribarne, Feijóo sabe mejor que nadie que el exministro de Franco, ponente de la Constitución y fundador del PP, cerebro privilegiado y carácter indómito, sólo fue imitador en un momento de su larga vida política: cuando decidió convertir la Xunta de Galicia en una lectura atlántica de la Generalitat de Jordi Pujol. Sea en política filología, sea eclipsando la distribución del Estado, sea acaparando competencias, el Fraga de la Xunta no se distingue del Pujol de la Generalitat. Los dos usaron la institución para reedificar la identidad de su pueblo. La diferencia es que la identidad gallega se presentaba como regional y la catalana como doméstico. Esta distinción quizás explica la separación de caminos entre los herederos de uno y otro. Artur Mas y Alberto Núñez Feijóo, dos tecnócratas, se parecían más de lo que ahora diríamos. Y no sólo cuando Mas, pactando con el PP, aspiraba a una Catalunya business-friendly .
Artur Mas y Alberto Núñez Feijóo se parecían más de lo que ahora diríamos
Por lo que se ve, las coincidencias y discrepancias en política se pueden estirar o encoger como los chicles. No es que todo sea relativo: hay ciertamente ideas y visiones nacionales incompatibles. Pero sí puede ser relativizado, adaptado, reconducido. Feijóo no dudó en usar una penosa argumentación ( apartheid ). En Perpiñán, los herederos de Artur Mas se dieron un atracón de retórica. Unos y otro halagan a los seguidores más recalcitrantes. Pero ausencia les impediría dar un giramiento copernicano para cancelar a España y Catalunya de un enfrentamiento que no lleva a ninguna parte y que tanto nos debilita en este terrible contexto mundial iniciado por la pandemia y rematado por la combate. Feijóo alimenta las bajas pasiones populares. El dúo Turull-Borràs adula a los ventilados. Los padres fundadores, Fraga o Pujol, se atrevían a soportar la contraria a sus propios seguidores. Solo este tipo de valentía fabrica líderes creíbles.
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