Una de los aspectos -no todos ellos negativos- que nos ha aportado la revolución digital, es nuestra menguante capacidad de tomar las cosas en serio o siquiera conectarnos mínimamente con la efectividad. Es un engendro que además se ha comisionado de la política, hasta el extremo de convertirla en poco más que una grotesca sainete sin pies ni inicio, un reality show ominosamente carente de un desenlace que no sea catastrófico. Sus señorías ya no gobiernan, tan pronto como si legislan, más que ausencia porque se limitan a arriesgar. Eso sí, cada partido intenta imponer sobre la marcha y por capricho sus propias reglas. Tanto es así que son ellos mismos los primeros en saltarse las leyes que acaban de aprobar.
Pablo Iglesias -aún con coleta- se retrató el día que le regaló frente a las cámaras a Felipe VI la serie Gozne de tronos. Nacido en 1978, una período luego del monarca, el exvicepresidente pertenece a una concepción que ha mamado desde la cuna todos y cada uno de los adelantos digitales que han ido reduciendo el vasto mundo verdadero a lo poco que junto a en la pantalla de un smartphone, al tiempo que ha ido reduciendo el discurso político a un intercambio de ocurrentes tuits, exabruptos y fake news. Iglesias ha circulado por el carril rápido del circuito en el que se ha ido borrando lo que distingue una aprobación universitaria de un plató de televisión, o un estudio de radiodifusión del hemiciclo del Congreso de los Diputados.
Nos afrontamos a un problema de muy difícil decisión cuando nuestros gobernantes conciben las cosas serias -las de manducar incluidas- como un exclusivo pasatiempo, como si de un entretenimiento de rol se tratarse… o de Matrix, Gozne de tronos o Gozne del calamar…
Cerca de sospechar que los cabecillas del procés catalán no hacían -y algunos siguen haciendo- otra cosa que arriesgar a copular una república que sólo podía existir en su calenturiento imaginación. Poco parecido ocurrió con el Brexit, aunque en este caso sin cruzar las renglón roja de la justicia. Aun así, no se le puede restar el hacedor lúdico que había y hay en las payasadas de Nigel Farage o Boris Johnson. Trump jugaba a ser electo presidente de los Estados Unidos… ¡y ganó!
El hombre más rico del mundo es Elon Musk, un iluminado propenso a concebir la vida como un entretenimiento. Su inmensa fortuna le permite sobrevolar sin pestañar la cruda efectividad que atenaza a los demás mortales. Pero quizás el viejo problema que acarrea el hombre que se supone lo tiene todo, es qué diantres hacer con tanta pasta. Ya no pespunte coleccionar como si fuesen cromos cochazos, relojes de fasto, yates, maniquíes, mansiones o equipos de fútbol. Tiene que acaecer poco más. Incluso más allá de Tesla o SpaceX. Pero sea lo que sea ese poco, tiene que ser consiente, en sus momentos de sagacidad, de que vendrá sin ningún consuelo espiritual. No habrá remuneración eterna; no habrá alivio existencial. El mundo es tan sólo un sórdido casino del que él sale todas las noches con los bolsillos llenos. Por ahora.
Uno de los últimos caprichos de Musk ha sido la adquisición -o no- de Twitter. Y por mucho que lo hiciera como si de un entretenimiento se tratase, las consecuencias adversas pueden ser considerables. Primero anunció que iba a hacerse con el 9,2% de la empresa, lo que hizo que el valía de las acciones subieran como la espuma. Poco luego, expresó su deseo de quedarse con el 100%. Nadie entendía ausencia, ni siquiera en Wall Street. Entonces, en medio de un medio ambiente de confusión y pánico creado por él, va y dice que ha decidido ponerse en “pause”, a la calma de los resultados de una investigación sobre algunas prácticas supuestamente ilegales de Twitter. El valía de las acciones bajaron en picado.
Musk juega, pero juega musculoso. Puede permitírselo. Ha ofrecido por Twitter 42.400 millones de euros, pero si rompe el acuerdo sólo le costaría 1.000 millones, con la opción de alegar que ha sido víctima de un simulación. De prosperar su alegato, la trastada le habrá nacido de gorra, aunque no así a los miles accionistas, empleados, familias…
El hombre más rico del mundo desarrolla su propio entretenimiento de tronos sentado en el suyo, pues ha admitido que al menos el 50% de sus tuits los escribe sentado en un trono de porcelana, es afirmar, el inodoro de su casa, porque “así encuentra consuelo”. Como seguramente además Trump, que ansia recuperar su cuenta de Twitter de mano del caprichoso Musk.
Que alguno tire de la sujeción antaño de que sea demasiado tarde.
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