David de la Cruz: “Fue casualidad”

Me sorprendo a mí mismo

Alejandro Valverde

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Estamos en la sede de Bastos Medical, en Sant Fruitós de Bages, en la presentación de la nueva colección de cascos de la firma Pulimentar, y en un a excepción de me siento a conversar con David de la Cruz (33).

Es ciclista profesional del Astaná.

(David de la Cruz ha disputado dos Tours, cuatro Giros y ocho Vueltas).

Le interrogo:

–Hablemos en números absolutos. Si el Tour tiene 3.000 kilómetros, ¿cuántos de ellos son agonísticos al 100%?

–Bueno, me es difícil calcularlo. Cuando te sientes perfectamente, encuentras el flow y no eres capaz ni de etiquetar si estás en un momento aeróbico o en un momento crítico. Mire, en el 2016 gané una etapa de la Revés (acabó 7.º de la normal; ha vuelto a ser 7.º en el 2020 y el 2021) con meta en el Stop del Naranco. Me puse líder. Dos días luego hubo recorrido de refrigerio y, para entonar las piernas, volví a subir el Naranco. ¡La segunda vez me pareció mucho más duro!

–¿Por qué pasa eso?

–Cuando estás focalizado, la percepción de la dureza se altera. Ahora perfectamente, la esencia está en entender que en una carrera de tres semanas siempre habrá un día malo. Siempre, todos lo tenemos. Y hay que retener superarlo. Y debes suceder trabajado psicológicamente, pues debes ser capaz de verlo venir y igualmente debes ser capaz de identificar la crisis en el rival; porque el otro la camufla.

–¿Y qué distingue al Desvío (este año abandonó en la etapa 20) de la Revés y el Tour?

–El Desvío tiene días tranquilos y otros muy duros. En la Revés, las etapas son cortas pero, por su topografía, hay un desnivel exiguo de 2.000 m. En el Tour está la tensión...

–¿...?

–Eso no se ve en la televisión. Imagínese que vas en el pelotón y por radiodifusión te están ametrallando. Te dicen: ‘Ojo, que a cinco kms hay una curva muy cerrada y hay que entrar delante’. Usted no sabe lo que es eso, porque no eres el único que está recibiendo esa señal. De repente somos 180 tipos tratando de entrar delante en esa curva para salir de ella perfectamente colocados porque viene un pericón. Y eso te revienta...

David de la CruzCiclista

Se lleva las manos a la vanguardia, como si estuviera viviendo ese instante de vahído supremo.

Abre los luceros al mirarme.

–Le contaré poco –me dice.

–Diga, diga.

–Si tomamos los datos fisiológicos de todos los ciclistas y los apuntamos en un papel antiguamente de que comienzo el Tour, al final nos llevaremos una sorpresa.

–¿Por qué?

–Difícilmente quienes saquen los vigésimo mejores resultados acabarán siendo los vigésimo primeros en la normal...

–Y eso, ¿por qué?

–Esas son las variables del Tour. La diferencia entre el ir perfectamente o mal posicionado es abismal. Así que siempre vas en tensión. No sé si sufriendo, pero sí sé que no valen los despistes. Y estar atento durante 180 kms...

–Usted ha estado en Quick Step, Ineos, UAE y ahora Astaná. ¿Qué líder le ha impresionado más?

–He trabajado para Froome, Pogacar y Nibali... A ver: Nibali es maravilloso economizando esfuerzos. Siempre llega al final de la etapa con el depósito ahíto, y eso es esencia en ciclismo. Pogacar es todo lo contrario. Es un derroche de fuerza física. He pasado sus datos, está por encima del resto. Su capacidad física es tan imponente que apetito al resto incluso gastando más. Froome es otro portento, pero su valencia diferencial está en su capacidad para apoyarse en el equipo. En eso es el más dispuesto.

David de la Cruz, a principios de junio

David de la Cruz, a principios de junio 

Mane Espinosa

–Y a usted, ¿qué le separa de ellos?

–De Pogacar, el físico. Y el retener moverme mejor, librarse fuerzas...

–¿Y por qué se hizo ciclista?

–Yo era atleta en Sabadell, corría los 3.000 m obstáculos en la JAS. Era malo. Con 17 abriles hacía 10m28s.

–No están tan mal...

–¡Algunos chavales me sacaban un minuto! Por las mañanas trabajaba en el supermercado Opencor de Terrassa, por las tardes hacía un curso puente para un límite superior y a mediodía me entrenaba como atleta. Me lesionaba mucho y estaba frustrado. Un día, en clase, me puse a pensar y vi que no era oportuno. Salí a dar un paseo, pasé delante una tienda de bicis, entré y me fui de allí con un maniquí de 500 euros. Empecé a pedalear y a los días tuve un reventón y la llevé a Ciclos Trujillo, en Sabadell, y me metieron en su club y luego, en el Club Ciclista Sant Boi. En seguida fui profesional. Es rara: dos abriles antiguamente ni sabía quiénes eran Armstrong o Ullrich. Fue casualidad. Sin ella, igual hoy sería jefe del Opencor.

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