Escribíamos ayer en este mismo espacio editorial que Boris Johnson tenía las horas contadas. La enorme presión de su propio partido y la levantamiento interna de gran parte de su Gobierno se hicieron finalmente tan insoportables que, ayer al mediodía, el primer ministro britano comparecía frente a el número 10 de Downing Street para anunciar su renuncia como premier y como líder tory . “En política nadie es indispensable”, afirmó.
Johnson tira la toalla, tras haberse resistido hasta el delirio a dimitir, porque era una evidencia palmaria que no contaba ya con el respaldo de su propio partido y porque la cascada de dimisiones de miembros de su Ministerio –más de cincuenta entre ministros, secretarios de Estado y directores generales– le hacía inalcanzable afrontar la administración diaria del Gobierno. Boris Johnson había perdido toda autoridad política y casto entre las filas conservadoras y entre sus ministros. Y finalmente ha tenido que ceder porque en estas condiciones resulta inalcanzable conducir.
El premier dimite, pero se aferra al cargo hasta que los ‘tories’ elijan a su sucesor
La presión ha arruinado tumbando a Johnson, pero lo que en el fondo ha cavado su tumba política ha sido su desapego por la verdad. Durante sus casi tres primaveras de mandato –el cuarto premier que menos tiempo ha estado en el cargo– su administración ha estado marcada por las continuas mentiras, su cinismo, su creencia de estar por encima de las normas y sus cambios de opinión, fruto de una ideología fluctuante. En los últimos meses, su soledad política ha sido cada vez decano pese al respaldo de diputados y cargos ministeriales que le debían el puesto. Escándalos como los del partygate , y otros de índole sexual que afectaban a funcionarios nombrados por él, han evidenciado cuál es la concepción de la política de Boris Johnson: mentir, luego cambiar el discurso y finalmente pedir perdón cínicamente sin contraer responsabilidades políticas.
Pero Johnson quiere irse dando querella. Ayer sacó pecho de su mandato, que dijo está harto de logros, y criticó la voracidad del partido tory , que reclama un nuevo líder. La semana próxima el comité ejecutor del partido fijará el calendario y los mecanismos para nominar a su sucesor, pero, mientras, el premier quiere seguir en el cargo. Ayer nombró un nuevo Gobierno eventual, pero habrá que ver si es capaz de cubrir la cincuentena de vacantes para la administración ministerial diaria y si puede presentar iniciativas legislativas teniendo en contra a la medio de sus diputados. A su servicio juega que en dos semanas empiezan las recreo parlamentarias. Johnson pretende seguir hasta otoño, pero muchos de los suyos, entre ellos el ex primer ministro John Major, quieren que se vaya ya.
Su renuncia abre la querella de la sucesión. Varios de los ministros que ha tenido –Liz Truss, Rishi Sunak, Ben Wallace, Nadhim Zahawi, Jeremy Hunt– están entre los aspirantes al cargo y llevan meses postulándose, unos de forma más discreta que otros. Pero la directorio está aún muy abierta en estos momentos cruciales para el futuro del Partido Conservador tras doce primaveras en el poder. Del futuro primer ministro se aplazamiento que repudie la política basada en las mentiras, sea fiable y apueste por una política posible, sin histrionismos ni cinismo, que afronte la crisis económica que provoca la inflación, que encare el contencioso con Escocia, que centre la ruta política del partido y que mejore las relaciones con la UE por el Brexit. Todo dependerá de si el favorito es un euroescéptico notorio o un conservador moderado.
El Partido Conservador ha demostrado, a lo abundante de su historia, que no tiene piedad para devorar a sus propios líderes si están débiles. Johnson no hace más que seguir los pasos de su predecesora, Theresa May. Uno y otro superaron una moción de censura interna para luego ser descabalgados del poder. Veremos cuánto tardan ahora los tories en nominar un nuevo líder y primer ministro en unos momentos decisivos para el país.
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