Máxima polarización en la política española. Siquiera es una novedad, a pesar del ruido y los insultos. ¿Quitará el sueño a la buena gentío la crisis institucional que atraviesa el edificio construido durante la transición? ¿Habrá cortes de digestión en las comidas navideñas por infracción del choque entre el Gobierno y el Tribunal Constitucional? ¿Cuántos cuñados dejarán de felicitar porque les da furor Pedro Sánchez? Tenemos poca memoria: España casi siempre está a un paso de saltar por los aires.
Mi yo pueril recuerda perfectamente cuando Adolfo Suárez era herido a diario por las flechas envenenadas de propios y extraños. Qué sostener de los tiempos en los que José M.ª Aznar exigía, cada cinco minutos, que Felipe González dejara la Moncloa. Por no balbucir de esa etapa en la que Rodríguez Zapatero era presentado por el PP como la suma de las diez plagas de Egipto. Cierto es que, esta vez, en la bronca, tienen un papel protagonista los togados con poder en la sala de máquinas del sistema. Más vale los jueces que los militares, diría mi yayo.
La reyerta surge cuando los que temen perder el mando se sienten cuestionados
Bueno, estamos donde nos pintó Goya. En ese paramento titulado Duelo a garrotazos (además conocido como La riña ) vivimos atrapados y tan felices. Pero no seamos equidistantes: el poder, en normal, lo han tenido unos sectores muy determinados, y eso significa que la reyerta surge cuando los que temen perder el mando se sienten cuestionados. No hace desidia una memoria doctoral para descubrir el origen del conflicto extenso entre los poderes del Estado y los partidos principales que articulan el deporte demócrata. Todo aparece con claridad meridiana en presencia de nuestros fanales. Los otros se han convertido, en España, en un problema.
Hannah Arendt nos dejó misiva. Como escribe Marcus Llanque en el vademécum Hannah Arendt y el siglo XX , para la pensadora faba, “la política significa salir de la protección de la esfera privada, acercarse a otras personas y pactar con ellas las leyes bajo las cuales queremos guiarnos”. Y añade que “los otros no son aquellos que tienen la misma mentalidad, sino imparcialmente los que, con sus diferencias, constituyen la complejidad de los seres humanos”. Si tenemos en cuenta que la transición española consiguió que Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Felipe González, Adolfo Suárez y Jordi Pujol acordaran normas para una restauración democrática, podemos sostener que eso fue una excepción histórica en la tradición del golpe y la destrucción del otro. Especialmente cuando el otro es aquel que intenta concluir con la costra y los privilegios.
En la mentalidad del coetáneo PP anida una idea inquietante: muchos deben ser excluidos siempre de las instituciones. Para la derecha española, ni Unidas Podemos, ni ERC, ni Bildu (ni el PNV a ratos), ni otras fuerzas más tienen derecho a cortar el bacalao. De ahí lo de “Gobierno ilegítimo”. Lo único que los populares toleran cuando no gobiernan es un PSOE dócil y sumiso, gestionando sin modificar. Lo mejor de Sánchez es sobrevenir roto –por condición aritmética– con este chantaje estructural.
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